lunes, 4 de noviembre de 2013

Capítulo VI

Me dejó justo en la puerta de casa. Bajé de la moto y le devolví el casco. Nos quedamos unos segundos mirándonos. Ninguno sabía que decir. Nos echamos a reír. 
-Vendré a verte pronto.
Me dijo sonriente. Yo solo le sonreí y le abracé. Seguidamente caminé hacia la puerta casa. ¿Estaba sonriendo? Hacia demasiado que no sonreía, de verdad que no entendía nada de lo que me estaba pasando. Pero fue simple, bastó con agarrar el pomo de la puerta de casa para aterrizar en la realidad. Para darme cuenta de que aquí todo seguía igual. Las llaves se me cayeron al suelo, me agaché rápidamente para recogerlas. Él todavía estaba allí, sentado en la moto, parada, observando todos mis movimientos con sus perfectos ojos azules. Parecía que quisiera asegurarse de que entraba en casa. Abrí la puerta del jardín, gire la cabeza, una última sonrisa antes del adiós definitivo. Cerré la puerta tras de mi. No me atreví a dar un solo paso más. Mi mundo se volvió a hacer pedazos, se volvió a romper. Todos los recuerdos aparecieron en mi cabeza como puñales que se clavan una y otra vez. Ahora no tenía a nadie para abrazarme. Aunque no se por que me importó tanto, hacía mucho tiempo que estaba sola. No entendía por que esta noche lo había cambiado tanto todo. Parecía que ahora no sabía cuidarme por mi sola o algo y esa sensación no me gustaba nada. Me sequé las lagrimas con el puño, alcé la cabeza y avance por el camino de piedras que cruzaba mi pequeño jardín. Entré en casa, como si no hubiese pasado nada. La cara de susto de mi madre no tenía precio. No saludé, directamente subí a mi habitación. Era raro que ninguno de los dos hubiese venido detrás de mi gritándome o comiéndome la cabeza con cualquiera de sus preguntas estúpidas. Cuando entré en mi cuarto cerré la puerta con pestillo, como siempre. Me cogí un conjunto más abrigado y me di un baño de agua caliente. Me cambié, me arreglé, incluso me maquillé. Hoy me sentía especial, y aunque no había quedado con el chico de los ojos azules, iba a ir a la explanada verde, a verle a él, al chico que me había dejado allí tirada la noche anterior y que ni siquiera se había molestado en preguntar por mi, en ver si me encontraba bien; teníamos demasiadas cosas de las que hablar...
Se hicieron las nueve de la tarde, no bajé ni a comer ni a cenar. Seguía sin tener demasiada hambre, aunque ya no se si era el hambre o las pocas ganas de tener que aguantar sus constantes preguntas durante la cena lo que me impedía comer. Bajé las escaleras con la cabeza bien alta y entré a la cocina a por un vaso de agua. 
-¿Has quedado con alguien?
Me preguntó mi padre bastante animado al verme tan arreglada.
-¿Con quién va a quedar? Si no habla con nadie, como va a tener amig...
A mitad frase mi madre se calló, se dio cuenta de que estaba hablando muy alto y de que la había oído. Apreté el vaso de cristal con fuerza hasta hacerlo reventar. El suelo se lleno de pequeños cristales y profundas gotas de sangre. Salí corriendo de allí, corrí calle abajo hasta alejarme lo suficiente de mi casa como para no oír los gritos entre mis padres. Me miré en el reflejo de un charco. Me sentía ridícula. Me quité el maquillaje con las manos, casi parecía que me lo estaba arrancando con los puños de tanto frotar. El pelo se me había ondulado con la humedad, estaba horrible. Corrí hasta la explanada, esperando que él estuviera allí, esperando que el recuerdo que todavía me quedaba de él volviera de nuevo para aclarar por qué se había ido, por qué me había dejado tirada... Pero cuando llegué, él no estaba.






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