viernes, 27 de diciembre de 2013

Capítulo X

-Alicia, Alicia.
Gritaba su voz asustada mientras corría hacia mi.
-Alicia, joder responde.
Chillaba su voz entre cortada mientras se arrodillaba y me acurrucaba sobre él.
-Alicia, ¿pero que has hecho?
Susurraba su voz, triste, vacía, mientras las lágrimas empezaban a caer por su mejilla. Me abrazó con fuerza, fue entonces cuando escuchó el latido algo débil de mi corazón. Todavía seguía viva. Se quitó la chaqueta de cuero y me la puso a mi, me cogió en brazos y se levantó. De repente empezó a caminar. Me llevó andando hasta su casa y él precisamente no vivía cerca. Caminó durante un buen rato y conmigo encima, solo de pensarlo me rompo en mil pedazos. Me duele solo imaginar en lo que estaría pensando mientras me llevaba a su casa. Tuvo demasiado tiempo para darle vueltas a demasiadas cosas, seguro que para entonces ya me odiaba seguro que para entonces ya no quería saber nada más de mi, seguro que para entonces ya no quería volver a verme, me tendría miedo posiblemente, como todos los demás. Cuando llegamos a su casa me tumbó en la bañera y la llenó de agua caliente. También me quitó la ropa mojada y me limpió las heridas del brazo y la de la muñeca. Me vistió con ropa suya y me acostó en su cama, él se fue a dormir al sofá. Se aseguró de que todavía respiraba y me dejó allí tumbada y tapada. Ni una palabra, ni una mueca, ni una sola expresión en su cara. Nada. Solo silencio y el silencio no me gusta nada. A la mañana siguiente entró en mi cuarto y abrió ligeramente la ventana, los rayos de sol me dieron justamente en la cara y me hicieron abrir los ojos lentamente. Me costó recordar donde estaba y como había llegado hasta allí. Me asusté, me asusté muchísimo al acordarme de todo. Entonces él entró con un vaso de leche caliente y unas galletas. Se sentó en la cama junto a mi y me lo ofreció. No dijo nada, ni tan siquiera me miró a los ojos. Yo lo cogí con delicadeza y bebí. Cuando acabé con el vaso de leche lo apoyé en la mesita de noche y cogí una galleta del plato que había dejado sobre la cama y la mordí. El ruido de mi mordisco rompió el silencio. Intenté masticar en bajito, tenía miedo de lo que fuera a decirme. Tenía derecho a todo, a gritarme, a insultarme, a odiarme. Pero no lo hizo. Simplemente se limitó a abrazarme. Ese abrazo me hizo derrumbarme. Apoyó la espalda en el cabecero de la cama y estiró las piernas. Yo me apoyé también y las crucé. Ambos estábamos cabizbajos, mirando hacia ningún sitio, pensando en silencio supongo.
-¿Por qué lo hiciste?
Me preguntó él con la voz algo temblorosa.
-A veces una se da cuenta de que no sirve para nada, de que estorba, y siente la necesidad de irse.
Respondí seria.
-Pero... no lo entiendo, ¿qué te ha hecho ahora sentirte así?
Me preguntó algo nervioso.
-Me sentía muy sola, había mucho silencio, empecé a pensar, empecé a comerme la cabeza y tomé la decisión más adecuada.
-¿Fue por qué tardé en llamarte? ¿Por qué pensaste que me olvidé de ti?
-¿Qué?
Cuando me preguntó eso me quedé inmóvil, ¿de verdad creía que era por su culpa? Me quería morir, pero ahora si que si. Acababa de hacer sentir culpable de mi casi suicidio a la única persona que me hizo aferrarme a la vida.
-Lo siento, de verdad. Jamás llegué a pensar que podía hacerte sentir así, enserio que lo siento. Solo quería hacerme de querer. Que te fijaras en mi, que me echaras de menos.
Entonces vi como una puta lágrima caía por su mejilla. 
-No lo sientas, no tuviste nada que ver en mi decisión, enserio, la historia es mucho más larga, el problema no empieza ahí. Enserio, me odio a mi misma por hacerte sentir así. Llego a tu vida y en dos días ya te la destrozo. Lo siento, de verdad, cada día noto que sobro más...
-Me tranquiliza oír que no es por mi, pero a la vez me preocupa; ¿qué puede llevar a alguien a intentar quitarse la vid...
No acabó ni la frase, supongo que le asustó el hecho de poder herirme.
-Mi vida es un desastre, nada va bien, mis padres no me quieren y la única persona que todavía me quería se ha ido para siempre. Me he quedado completamente sola, otra vez.
Estaba a punto de empezar a llorar.
-No estás sola, me tienes a mi.
Justo cuando pronunció esas palabras me eché a llorar. ¿Realmente tenía a alguien? Me abrazó, me acurrucó sobre él y me besó la frente. Estuvimos así durante horas. En silencio. Abrazados. Respirando uno al compás del otro. 
-Alicia.
-Dime.
-No quiero que vuelvas a hacer esto nunca más, ¿me prometes que no lo harás?
-Adrian, no te puedo prometer eso.
-Necesito que me lo prometas, necesito saber que no te voy a perder, necesito saber que vas a seguir aquí, conmigo, siempre.
Le miré a los ojos. Noté como sus ojos gritaban a gritos "Quédate" mientras sus labios pronunciaban una y otra vez "Te necesito" en silencio. 
-Yo también te necesito, eres la única persona en este planeta capaz de mirarme a los ojos.
-Pues que sepas que jamás voy a parar de hacerlo, tienes unos ojos preciosos.
-Gracias, has vuelto a hacerme sentir especial.
-Es que lo eres, enserio Alicia, eres muy especial para mi, no quiero perderte.
-Yo a ti tampoco...
-¿Entonces me prometes que no lo harás nunca más?
-Adrian no es fácil...
-¿Me lo prometes?
-Está bien, te lo prometo.
Entonces noté como nuestras miradas se fundían la una con la otra. Como poco a poco empezábamos a respirar el mismo aire. Como nuestras bocas cada vez estaban más juntas. Juntó su frente con la mía y a milímetro de mi boca susurró:
-Alicia, cuando digo que te necesito lo digo en serio.
Mi mirada estaba fija en sus labios y mi respiración comenzó a acelerarse.
-Adrian, cuando hago una promesa nunca la rompo, no pienso irme.
Entonces con su mano derecha me puso el pelo detrás de la oreja. Me acarició lentamente la cara y me besó. Juntó sus labios con los míos. Los milímetros que lo separaban de ser mío se consumieron en aquel beso. Llegaron mil recuerdos a mi mente, y todos se redujeron a pedazos. Ahora solo estábamos él y yo. Siendo uno. Todo era tan perfecto. Todo estaba en su lugar ahora. Que pena que aquello que le dije solo fuera el principio de una gran mentira.





jueves, 19 de diciembre de 2013

Capítulo IX

¿Qué pasa cuando mueres? ¿Qué pasa cuando tu tiempo se acaba, cuando te consumes? ¿Qué ocurre? ¿a dónde vas? ¿Qué ves? Son cosas que no se saben, por lo tanto nunca llegué a saber si morí. Nunca llegué a saber si alcancé mis más profundos deseos de desaparecer de este mundo. Ni una luz blanca al final de un túnel, ni alguien que estiraba de mi mano, ni recuerdos, ni imágenes de mi vida, nada, nada que me hiciera saber si realmente estaba muerta. Solo tranquilidad, solo calma, sequedad y soledad. No veía nada. Es como ese momento en el que intentas dejar tu mente en blanco y no puedes. Ese momento en el que intentas no pensar en nada y no puedes porque estás pensando en eso. Pues es como ese momento pero consiguiéndolo. Por fin tenía lo que quería, por fin me había conseguido quitar del medio. Ahora, lo que me preocupaba era la cara de la persona que me encontrara. La cara de Alex cuando viera lo que sus palabras habían conseguido obligarme a hacer. La cara de mis padres cuando se dieran cuenta de que ya no me tenían ahí. O la cara de... Por un momento me sentí egoísta. ¿Y qué pasaba con Adrian? Le había prometido que íbamos a volver a vernos. Y yo nunca rompo mis promesa. Por un momento necesité volver atrás, retroceder. Por un momento necesité volver al segundo exacto en el que decidí tomar esta decisión. Supongo que habría llamado a Adrian y con una voz entre dulce y triste le habría dicho que no iba a poder verle más, supongo que él me habría preguntado por qué, supongo que yo me habría echado a llorar y le habría dicho algo como que me iba a ir para siempre, supongo que el habría entendido a que me refería y hubiera venido a verme, supongo que hubiera venido y me hubiera gritado o simplemente me hubiera hecho entrar en razón, supongo que me hubiera impedido cometer esta gilipollez. Pero ya era tarde para suposiciones. Ya no había nada que pudiera hacer. Estaba ahí, no se muy bien en donde, no se muy bien si muerta, no se nada. No se que había pasado, ya no quería saberlo. Deseaba poder olvidarlo todo, deseaba poder volver atrás y hacer las cosas bien por una vez. Ahora si que me sentía estúpida de verdad. Entonces noté como algo acariciaba mi cara. Ni susurros, ni palabras. Solo algo que me tocaba la cara y se deslizaba por ella. Te juro que no se por qué ni como, pero abrí los ojos. Abrí los malditos ojos que me trajeron de vuelta al mundo real. ¿Qué había pasado? ¿No servía ni para quitarme del medio? Cuando abrí los ojos no vi nada, parecerá ridículo pero no vi nada, solo oscuridad y agua. Era la lluvia lo que me había despertado. Estaba empapada de los pies a la cabeza. Empapada y sola tumbada en mitad de la acera. Me incorporé lentamente y dirigí mi mirada asustada hacia mi muñeca. No se que me asustaba más; si que el corte no estuviera ahí y solo hubiese sido un sueño, o que realmente si que estuviera y verdaderamente hubiera intentado suicidarme. Fue entonces cuando vi el corte ahí, sangrando y algo dentro de mi se rompió, me asusté, me asusté mucho. Saqué el móvil del bolsillo. Estaba histérica, me temblaba el pulso. No se como ni por qué pero instintivamente marqué el número de Adrian. Cuando empezó a sonar me asuste, ¿qué iba a decirle? De repente descolgó.
-Si, ¿quien es?
Mi voz no se atrevió a hablar.
-¿Hola?
Repitió él algo extrañado.
-Adrian...
Me atreví a decir por fin.
-¿Alicia? Te oigo rara, ¿estás bien?
No se que me pasó, te juro que no se que me pasó, pero me rompí a llorar.
-Alicia, ¿qué pasa? ¿Dónde estás? 
Yo no podía parar de llorar.
-Adrian joder, la he cagado, la he cagado mucho...
-Alicia, tranquilízate, no será para tanto, ¿qué ha pasado?
-He hecho una tontería...
-¿Alicia que tontería?
-Una muy grande, y ahora estoy asustada, hay mucha san...
No pude ni terminar la frase, me rompí a llorar, empecé a temblar, no podía parar.
-Alicia, ¿donde estás?
Estaba muerta de frío, empapada, temblando, me acurruqué, me deje caer de lado tumbándome suavemente sobre el asfalto húmedo. Dejé caer el teléfono al suelo. Recuerdo que pude oír lo que me decía.
-Alicia, Alicia joder responde, Alicia, Alicia por favor dime algo. Joder contesta.
Me dolió mas a mi que a él, oírle así, oír como se preocupaba por mi.
-Ven...
Le susurré antes de cerrar los ojos completamente. Tragué saliva, y respiré hondo. Oí como la llamada se cortaba. Me encontraba tumbada tiritando, temblando de frío, de miedo, había mucha sangre, estaba muy mareada. Solo deseé que llegara ya, que me encontrará. De repente, entre el ruido de la lluvia escuché un motor, parecía el de su moto. Jamás había sentido esa tranquilidad que ahora me invadía. Le escuché frenar, parece que casi derrapó con el agua acumulada en la carretera. Le oí bajar de la moto y lanzar el casco al suelo, oí sus pasos corriendo hacia mi. Oí su voz histérica gritando mi nombre. Pero yo no podía abrir los ojos. No podía verle. No se si era falta de voluntad, cansancio o qué. Pero me asusté. ¿Y si ahora sí que estaba muerta de verdad?










martes, 17 de diciembre de 2013

Capítulo VIII

No había nadie allí. Solos yo y mi infinito dolor. El frío rodeo mi cuerpo tendido sobre la hierba húmeda. Boca arriba observé el cielo, las estrellas. De repente vi algo caer del cielo, parecía una estrella fugaz. Cerré los ojos con fuerza y pedí un deseo.
*Tráele de vuelta*
Cuando abrí los ojos, seguía sola. No se que esperaba, no se si realmente creía que iba a estar ahí, que estúpida era creyendo que pidiéndole un deseo a una estrella fugaz él iba a volver, se iba a dar media vuelta e iba a regresar aquí a pedirme perdón, ha disculparse o simplemente a charlar. Me reí con frialdad y mantuve la conversación más fría que jamás había tenido conmigo misma.
-Eres idiota, ¿de verdad creías que iba a volver? Te ha dicho que le das igual.
-Lose...
-Te ha dejado sola, ¿que coño te queda ahora?
-Tienes razón...
-No tienes a nadie, no hay nadie ahí para escucharte, para ayudarte, para quererte. Estas sola, estas jodidamente sola...
-Ya lo se...
-Alex ya no te quiere, habrá conocido a otra en ese lugar, ¿para que te quiere a ti si ni si quiera puede besarte? Seguro que te sustituyó hace mucho.
-Puede ser...
-No le importas, no le importa que llores, no le importa que te sangre la mano, no le importa que sufras, no le importas una mierda.
-Eso es verdad...
-¿Puedo hacerte una pregunta?
-Dime...
-¿Que haces todavía aquí? Desde el accidente te has estado castigando, has estado sufriendo un dolor que eras incapaz de ver. ¿Y todo eso por que? ¿Por un chico que te acaba de decir que le das igual? Eres patética. Lo has perdido todo, tus amigos, tu familia y ahora, la única persona que todavía parecía quererte te ha llamado cría en toda la cara, te ha insultado y luego se ha ido, para siempre.
-Lose joder...
-Estas sola. Podrida por dentro. Muerta por dentro. No eres tú. No eres esa chica de hace unos meses. Has cambiado, lo has perdido todo, eres la mierda que nadie quiere. No tienes a donde ir ni con quien hablar. Acaba ya con todo esto, le harías la vida más fácil a muchas personas.
-Tienes razón, no se ni por qué existo, todo sería más fácil si desapareciera joder.
Las lágrimas bañaban toda mi cara. El dolor recorría todo mi cuerpo, un dolor que no podía ver, un dolor que necesitaba saber que era real, un dolor que necesitaba ver con mis propios ojos para entenderlo. Entonces note un bulto en la suela de mis zapatillas, era un trozo de cristal del vaso que se había quedado clavado. Lo arranqué con fuerza. Apreté el puño izquierdo y sujete el cristal con fuerza con la mano derecha. No temblé ni por un segundo. Noté como el afilado cristal poco a poco rozaba mi muñeca. Como poco a poco se introducía en ella dejando salir toda la sangre, todo el dolor. Todo parecía estar en su sitio ahora. Ahora podía entender mi sufrimiento. Por una vez el dolor era lo suficientemente real como para ser creíble. La sangre empezó a caer por mi brazo bañando la hierba verde. De repente todo empezó a nublarse. Empecé a temblar. Dejé caer el fino cristal, el cual se perdió entre la hierba. Me puse de pie como pude y caminé hacia donde la otra vez Adrian había aparcado la moto. En lo más profundo de mi necesitaba que él estuviera allí. Pero por otra parte lo último que necesitaba era verle, sabía que iba a odiarme como Alex, lo tenía asumido, ¿quien iba a querer a alguien como yo? Nadie. Después de autoconvencerme de lo muy sola que estaba no necesitaba nada mas. Caminé con la vista borrosa, cada vez que parpadeaba todo parecía más bonito, así que poco a poco fui cerrando los ojos. Poco a poco fui dejando que mis venas se vaciaran, que mi alma se llenara de soledad. Poco a poco fui deshaciéndome, convirtiéndome en nada. Cerré los ojos, no quería ver más esa oscura realidad. Se que caí, se que me golpeé contra el suelo muy fuerte. Pero también se que ha nadie le importó, que nadie estuvo allí para ver lo que parecía mi final. Ni una voz, ni una mano que me ayudara a levantarme, ni un abrazo que me dijera que todo iba a ir bien. Nada. Pero en el fondo me dio igual. Ya tenía asumido que estaba sola, por eso preferí apartarme. Por eso preferí dejar de ser un problema para todo el mundo. Ya no habría más niña loca o sin amigos. Ya no habría más hija con problemas. Ya no habría más nada. Ya no habría más Alicia. Mientras mis ojos ya no veían y mi saliva se secaba para siempre, mientras intentaba respirar hondo por última vez, mi seca voz, entre susurros intento decir algo.
-Ayuda.
¿Qué? No me entendí. No entendía porque después de tener el valor de ponerle fin a mi historia, me arrepentía. Pero ya era tarde, ya me daba igual, lo hecho hecho está. Solté todo el aire que tenía dentro y decidí no respirar más. Note como poco a poco todos mis órganos se paralizaban. Note como poco a poco todos mis sueños se esfumaban. Dicen que antes de morir ves tu vida proyectada en imágenes que pasan muy rápido. Pero yo no vi nada, yo solo vi oscuridad, supongo que estaría demasiado contaminada como para ver algo claro. Y se acabó, pero no me importó, ya vería alguien el rastro de sangre que llevaba hasta mi cuerpo tendido en medio de la noche.