viernes, 27 de diciembre de 2013

Capítulo X

-Alicia, Alicia.
Gritaba su voz asustada mientras corría hacia mi.
-Alicia, joder responde.
Chillaba su voz entre cortada mientras se arrodillaba y me acurrucaba sobre él.
-Alicia, ¿pero que has hecho?
Susurraba su voz, triste, vacía, mientras las lágrimas empezaban a caer por su mejilla. Me abrazó con fuerza, fue entonces cuando escuchó el latido algo débil de mi corazón. Todavía seguía viva. Se quitó la chaqueta de cuero y me la puso a mi, me cogió en brazos y se levantó. De repente empezó a caminar. Me llevó andando hasta su casa y él precisamente no vivía cerca. Caminó durante un buen rato y conmigo encima, solo de pensarlo me rompo en mil pedazos. Me duele solo imaginar en lo que estaría pensando mientras me llevaba a su casa. Tuvo demasiado tiempo para darle vueltas a demasiadas cosas, seguro que para entonces ya me odiaba seguro que para entonces ya no quería saber nada más de mi, seguro que para entonces ya no quería volver a verme, me tendría miedo posiblemente, como todos los demás. Cuando llegamos a su casa me tumbó en la bañera y la llenó de agua caliente. También me quitó la ropa mojada y me limpió las heridas del brazo y la de la muñeca. Me vistió con ropa suya y me acostó en su cama, él se fue a dormir al sofá. Se aseguró de que todavía respiraba y me dejó allí tumbada y tapada. Ni una palabra, ni una mueca, ni una sola expresión en su cara. Nada. Solo silencio y el silencio no me gusta nada. A la mañana siguiente entró en mi cuarto y abrió ligeramente la ventana, los rayos de sol me dieron justamente en la cara y me hicieron abrir los ojos lentamente. Me costó recordar donde estaba y como había llegado hasta allí. Me asusté, me asusté muchísimo al acordarme de todo. Entonces él entró con un vaso de leche caliente y unas galletas. Se sentó en la cama junto a mi y me lo ofreció. No dijo nada, ni tan siquiera me miró a los ojos. Yo lo cogí con delicadeza y bebí. Cuando acabé con el vaso de leche lo apoyé en la mesita de noche y cogí una galleta del plato que había dejado sobre la cama y la mordí. El ruido de mi mordisco rompió el silencio. Intenté masticar en bajito, tenía miedo de lo que fuera a decirme. Tenía derecho a todo, a gritarme, a insultarme, a odiarme. Pero no lo hizo. Simplemente se limitó a abrazarme. Ese abrazo me hizo derrumbarme. Apoyó la espalda en el cabecero de la cama y estiró las piernas. Yo me apoyé también y las crucé. Ambos estábamos cabizbajos, mirando hacia ningún sitio, pensando en silencio supongo.
-¿Por qué lo hiciste?
Me preguntó él con la voz algo temblorosa.
-A veces una se da cuenta de que no sirve para nada, de que estorba, y siente la necesidad de irse.
Respondí seria.
-Pero... no lo entiendo, ¿qué te ha hecho ahora sentirte así?
Me preguntó algo nervioso.
-Me sentía muy sola, había mucho silencio, empecé a pensar, empecé a comerme la cabeza y tomé la decisión más adecuada.
-¿Fue por qué tardé en llamarte? ¿Por qué pensaste que me olvidé de ti?
-¿Qué?
Cuando me preguntó eso me quedé inmóvil, ¿de verdad creía que era por su culpa? Me quería morir, pero ahora si que si. Acababa de hacer sentir culpable de mi casi suicidio a la única persona que me hizo aferrarme a la vida.
-Lo siento, de verdad. Jamás llegué a pensar que podía hacerte sentir así, enserio que lo siento. Solo quería hacerme de querer. Que te fijaras en mi, que me echaras de menos.
Entonces vi como una puta lágrima caía por su mejilla. 
-No lo sientas, no tuviste nada que ver en mi decisión, enserio, la historia es mucho más larga, el problema no empieza ahí. Enserio, me odio a mi misma por hacerte sentir así. Llego a tu vida y en dos días ya te la destrozo. Lo siento, de verdad, cada día noto que sobro más...
-Me tranquiliza oír que no es por mi, pero a la vez me preocupa; ¿qué puede llevar a alguien a intentar quitarse la vid...
No acabó ni la frase, supongo que le asustó el hecho de poder herirme.
-Mi vida es un desastre, nada va bien, mis padres no me quieren y la única persona que todavía me quería se ha ido para siempre. Me he quedado completamente sola, otra vez.
Estaba a punto de empezar a llorar.
-No estás sola, me tienes a mi.
Justo cuando pronunció esas palabras me eché a llorar. ¿Realmente tenía a alguien? Me abrazó, me acurrucó sobre él y me besó la frente. Estuvimos así durante horas. En silencio. Abrazados. Respirando uno al compás del otro. 
-Alicia.
-Dime.
-No quiero que vuelvas a hacer esto nunca más, ¿me prometes que no lo harás?
-Adrian, no te puedo prometer eso.
-Necesito que me lo prometas, necesito saber que no te voy a perder, necesito saber que vas a seguir aquí, conmigo, siempre.
Le miré a los ojos. Noté como sus ojos gritaban a gritos "Quédate" mientras sus labios pronunciaban una y otra vez "Te necesito" en silencio. 
-Yo también te necesito, eres la única persona en este planeta capaz de mirarme a los ojos.
-Pues que sepas que jamás voy a parar de hacerlo, tienes unos ojos preciosos.
-Gracias, has vuelto a hacerme sentir especial.
-Es que lo eres, enserio Alicia, eres muy especial para mi, no quiero perderte.
-Yo a ti tampoco...
-¿Entonces me prometes que no lo harás nunca más?
-Adrian no es fácil...
-¿Me lo prometes?
-Está bien, te lo prometo.
Entonces noté como nuestras miradas se fundían la una con la otra. Como poco a poco empezábamos a respirar el mismo aire. Como nuestras bocas cada vez estaban más juntas. Juntó su frente con la mía y a milímetro de mi boca susurró:
-Alicia, cuando digo que te necesito lo digo en serio.
Mi mirada estaba fija en sus labios y mi respiración comenzó a acelerarse.
-Adrian, cuando hago una promesa nunca la rompo, no pienso irme.
Entonces con su mano derecha me puso el pelo detrás de la oreja. Me acarició lentamente la cara y me besó. Juntó sus labios con los míos. Los milímetros que lo separaban de ser mío se consumieron en aquel beso. Llegaron mil recuerdos a mi mente, y todos se redujeron a pedazos. Ahora solo estábamos él y yo. Siendo uno. Todo era tan perfecto. Todo estaba en su lugar ahora. Que pena que aquello que le dije solo fuera el principio de una gran mentira.





jueves, 19 de diciembre de 2013

Capítulo IX

¿Qué pasa cuando mueres? ¿Qué pasa cuando tu tiempo se acaba, cuando te consumes? ¿Qué ocurre? ¿a dónde vas? ¿Qué ves? Son cosas que no se saben, por lo tanto nunca llegué a saber si morí. Nunca llegué a saber si alcancé mis más profundos deseos de desaparecer de este mundo. Ni una luz blanca al final de un túnel, ni alguien que estiraba de mi mano, ni recuerdos, ni imágenes de mi vida, nada, nada que me hiciera saber si realmente estaba muerta. Solo tranquilidad, solo calma, sequedad y soledad. No veía nada. Es como ese momento en el que intentas dejar tu mente en blanco y no puedes. Ese momento en el que intentas no pensar en nada y no puedes porque estás pensando en eso. Pues es como ese momento pero consiguiéndolo. Por fin tenía lo que quería, por fin me había conseguido quitar del medio. Ahora, lo que me preocupaba era la cara de la persona que me encontrara. La cara de Alex cuando viera lo que sus palabras habían conseguido obligarme a hacer. La cara de mis padres cuando se dieran cuenta de que ya no me tenían ahí. O la cara de... Por un momento me sentí egoísta. ¿Y qué pasaba con Adrian? Le había prometido que íbamos a volver a vernos. Y yo nunca rompo mis promesa. Por un momento necesité volver atrás, retroceder. Por un momento necesité volver al segundo exacto en el que decidí tomar esta decisión. Supongo que habría llamado a Adrian y con una voz entre dulce y triste le habría dicho que no iba a poder verle más, supongo que él me habría preguntado por qué, supongo que yo me habría echado a llorar y le habría dicho algo como que me iba a ir para siempre, supongo que el habría entendido a que me refería y hubiera venido a verme, supongo que hubiera venido y me hubiera gritado o simplemente me hubiera hecho entrar en razón, supongo que me hubiera impedido cometer esta gilipollez. Pero ya era tarde para suposiciones. Ya no había nada que pudiera hacer. Estaba ahí, no se muy bien en donde, no se muy bien si muerta, no se nada. No se que había pasado, ya no quería saberlo. Deseaba poder olvidarlo todo, deseaba poder volver atrás y hacer las cosas bien por una vez. Ahora si que me sentía estúpida de verdad. Entonces noté como algo acariciaba mi cara. Ni susurros, ni palabras. Solo algo que me tocaba la cara y se deslizaba por ella. Te juro que no se por qué ni como, pero abrí los ojos. Abrí los malditos ojos que me trajeron de vuelta al mundo real. ¿Qué había pasado? ¿No servía ni para quitarme del medio? Cuando abrí los ojos no vi nada, parecerá ridículo pero no vi nada, solo oscuridad y agua. Era la lluvia lo que me había despertado. Estaba empapada de los pies a la cabeza. Empapada y sola tumbada en mitad de la acera. Me incorporé lentamente y dirigí mi mirada asustada hacia mi muñeca. No se que me asustaba más; si que el corte no estuviera ahí y solo hubiese sido un sueño, o que realmente si que estuviera y verdaderamente hubiera intentado suicidarme. Fue entonces cuando vi el corte ahí, sangrando y algo dentro de mi se rompió, me asusté, me asusté mucho. Saqué el móvil del bolsillo. Estaba histérica, me temblaba el pulso. No se como ni por qué pero instintivamente marqué el número de Adrian. Cuando empezó a sonar me asuste, ¿qué iba a decirle? De repente descolgó.
-Si, ¿quien es?
Mi voz no se atrevió a hablar.
-¿Hola?
Repitió él algo extrañado.
-Adrian...
Me atreví a decir por fin.
-¿Alicia? Te oigo rara, ¿estás bien?
No se que me pasó, te juro que no se que me pasó, pero me rompí a llorar.
-Alicia, ¿qué pasa? ¿Dónde estás? 
Yo no podía parar de llorar.
-Adrian joder, la he cagado, la he cagado mucho...
-Alicia, tranquilízate, no será para tanto, ¿qué ha pasado?
-He hecho una tontería...
-¿Alicia que tontería?
-Una muy grande, y ahora estoy asustada, hay mucha san...
No pude ni terminar la frase, me rompí a llorar, empecé a temblar, no podía parar.
-Alicia, ¿donde estás?
Estaba muerta de frío, empapada, temblando, me acurruqué, me deje caer de lado tumbándome suavemente sobre el asfalto húmedo. Dejé caer el teléfono al suelo. Recuerdo que pude oír lo que me decía.
-Alicia, Alicia joder responde, Alicia, Alicia por favor dime algo. Joder contesta.
Me dolió mas a mi que a él, oírle así, oír como se preocupaba por mi.
-Ven...
Le susurré antes de cerrar los ojos completamente. Tragué saliva, y respiré hondo. Oí como la llamada se cortaba. Me encontraba tumbada tiritando, temblando de frío, de miedo, había mucha sangre, estaba muy mareada. Solo deseé que llegara ya, que me encontrará. De repente, entre el ruido de la lluvia escuché un motor, parecía el de su moto. Jamás había sentido esa tranquilidad que ahora me invadía. Le escuché frenar, parece que casi derrapó con el agua acumulada en la carretera. Le oí bajar de la moto y lanzar el casco al suelo, oí sus pasos corriendo hacia mi. Oí su voz histérica gritando mi nombre. Pero yo no podía abrir los ojos. No podía verle. No se si era falta de voluntad, cansancio o qué. Pero me asusté. ¿Y si ahora sí que estaba muerta de verdad?










martes, 17 de diciembre de 2013

Capítulo VIII

No había nadie allí. Solos yo y mi infinito dolor. El frío rodeo mi cuerpo tendido sobre la hierba húmeda. Boca arriba observé el cielo, las estrellas. De repente vi algo caer del cielo, parecía una estrella fugaz. Cerré los ojos con fuerza y pedí un deseo.
*Tráele de vuelta*
Cuando abrí los ojos, seguía sola. No se que esperaba, no se si realmente creía que iba a estar ahí, que estúpida era creyendo que pidiéndole un deseo a una estrella fugaz él iba a volver, se iba a dar media vuelta e iba a regresar aquí a pedirme perdón, ha disculparse o simplemente a charlar. Me reí con frialdad y mantuve la conversación más fría que jamás había tenido conmigo misma.
-Eres idiota, ¿de verdad creías que iba a volver? Te ha dicho que le das igual.
-Lose...
-Te ha dejado sola, ¿que coño te queda ahora?
-Tienes razón...
-No tienes a nadie, no hay nadie ahí para escucharte, para ayudarte, para quererte. Estas sola, estas jodidamente sola...
-Ya lo se...
-Alex ya no te quiere, habrá conocido a otra en ese lugar, ¿para que te quiere a ti si ni si quiera puede besarte? Seguro que te sustituyó hace mucho.
-Puede ser...
-No le importas, no le importa que llores, no le importa que te sangre la mano, no le importa que sufras, no le importas una mierda.
-Eso es verdad...
-¿Puedo hacerte una pregunta?
-Dime...
-¿Que haces todavía aquí? Desde el accidente te has estado castigando, has estado sufriendo un dolor que eras incapaz de ver. ¿Y todo eso por que? ¿Por un chico que te acaba de decir que le das igual? Eres patética. Lo has perdido todo, tus amigos, tu familia y ahora, la única persona que todavía parecía quererte te ha llamado cría en toda la cara, te ha insultado y luego se ha ido, para siempre.
-Lose joder...
-Estas sola. Podrida por dentro. Muerta por dentro. No eres tú. No eres esa chica de hace unos meses. Has cambiado, lo has perdido todo, eres la mierda que nadie quiere. No tienes a donde ir ni con quien hablar. Acaba ya con todo esto, le harías la vida más fácil a muchas personas.
-Tienes razón, no se ni por qué existo, todo sería más fácil si desapareciera joder.
Las lágrimas bañaban toda mi cara. El dolor recorría todo mi cuerpo, un dolor que no podía ver, un dolor que necesitaba saber que era real, un dolor que necesitaba ver con mis propios ojos para entenderlo. Entonces note un bulto en la suela de mis zapatillas, era un trozo de cristal del vaso que se había quedado clavado. Lo arranqué con fuerza. Apreté el puño izquierdo y sujete el cristal con fuerza con la mano derecha. No temblé ni por un segundo. Noté como el afilado cristal poco a poco rozaba mi muñeca. Como poco a poco se introducía en ella dejando salir toda la sangre, todo el dolor. Todo parecía estar en su sitio ahora. Ahora podía entender mi sufrimiento. Por una vez el dolor era lo suficientemente real como para ser creíble. La sangre empezó a caer por mi brazo bañando la hierba verde. De repente todo empezó a nublarse. Empecé a temblar. Dejé caer el fino cristal, el cual se perdió entre la hierba. Me puse de pie como pude y caminé hacia donde la otra vez Adrian había aparcado la moto. En lo más profundo de mi necesitaba que él estuviera allí. Pero por otra parte lo último que necesitaba era verle, sabía que iba a odiarme como Alex, lo tenía asumido, ¿quien iba a querer a alguien como yo? Nadie. Después de autoconvencerme de lo muy sola que estaba no necesitaba nada mas. Caminé con la vista borrosa, cada vez que parpadeaba todo parecía más bonito, así que poco a poco fui cerrando los ojos. Poco a poco fui dejando que mis venas se vaciaran, que mi alma se llenara de soledad. Poco a poco fui deshaciéndome, convirtiéndome en nada. Cerré los ojos, no quería ver más esa oscura realidad. Se que caí, se que me golpeé contra el suelo muy fuerte. Pero también se que ha nadie le importó, que nadie estuvo allí para ver lo que parecía mi final. Ni una voz, ni una mano que me ayudara a levantarme, ni un abrazo que me dijera que todo iba a ir bien. Nada. Pero en el fondo me dio igual. Ya tenía asumido que estaba sola, por eso preferí apartarme. Por eso preferí dejar de ser un problema para todo el mundo. Ya no habría más niña loca o sin amigos. Ya no habría más hija con problemas. Ya no habría más nada. Ya no habría más Alicia. Mientras mis ojos ya no veían y mi saliva se secaba para siempre, mientras intentaba respirar hondo por última vez, mi seca voz, entre susurros intento decir algo.
-Ayuda.
¿Qué? No me entendí. No entendía porque después de tener el valor de ponerle fin a mi historia, me arrepentía. Pero ya era tarde, ya me daba igual, lo hecho hecho está. Solté todo el aire que tenía dentro y decidí no respirar más. Note como poco a poco todos mis órganos se paralizaban. Note como poco a poco todos mis sueños se esfumaban. Dicen que antes de morir ves tu vida proyectada en imágenes que pasan muy rápido. Pero yo no vi nada, yo solo vi oscuridad, supongo que estaría demasiado contaminada como para ver algo claro. Y se acabó, pero no me importó, ya vería alguien el rastro de sangre que llevaba hasta mi cuerpo tendido en medio de la noche.

viernes, 29 de noviembre de 2013

Capítulo VII

-Alex, Alex, Alex...
Grité con fuerza mientras mi mirada histérica lo buscaba entre la niebla.
-Alex, Alex, Al...
Seguí gritando hasta que me eché a llorar. No podía más. Solo quería morirme. Esfumarme como las cenizas de un cigarrillo. Consumirme e irme para siempre. Quería irme lejos, tan lejos como para estar lo suficientemente cerca de él. De Alex. No podía aguantar no tenerle ahí para abrazarle infinitamente. Estaba harta de conformarme con su recuerdo. No podía seguir viviendo así. Le necesitaba y necesitaba saber por qué me había dejado tirada la otra noche. ¿Acaso ya no le importaba? ¿Acaso ya no me quería? Me eché a llorar solo de pensarlo. De repente una voz me hizo temblar.
-Estás horrible.
Era él.
-Gracias.
Le contesté con sequedad, aunque no entiendo por qué, ahora mismo lo único que necesitaba era verle, no entendí mi propia reacción.
-¿Eso de tu mano es sangre?
Señaló mi mano bañada de sangre, ya ni me acordaba, a penas podía moverla. 
-Si, es sangre.
Respondí mientras fingía no darle importancia.
-¿No habrás intentado hacer ninguna tontería verdad?
No se que estaba insinuando con aquella pregunta, o más bien, no quería saberlo.
-No, no lo he intentado, esas cosas no se intentan, se hacen y punto. Si eres lo suficientemente valiente como para imaginarlo también lo eres para hacerlo, ¿no?.
Le contesté con rabia, había entendido perfectamente a lo que se refería con "tonteria". Le quise dar a entender que estaba furiosa. Con la cara empapada de lágrimas secas seguía en pie aún sin entender como.
-Me estabas buscando, ¿qué querías?
Cambió de tema, estaba mas seco que yo, y parecía muy enfadado.
-¿Qué paso la otra noche?
Le pregunté veloz.
-Nada.
Me espetó en la cara con rabia. 
-¿Cómo que "nada"?
Le repliqué.
-Nada.
Me repitió lentamente, escupiendo con odio las letras de la palabra, y desapareció.
-Alex, joder, vuelve aquí.
Grite con un odio que me asustó hasta a mi.
-¿Qué?
Me dijo por detrás de mi. Me di la vuelta y le contesté.
-¿Qué te pasa? ¿Qué nos pasa? 
No pude evitar echarme a llorar.
-¿Que que me pasa? Que estoy harto.
-¿Harto de qué?
-Harto de la misma mierda de siempre.
-Pero...
-No, no me pongas peros, no hay peros que me valgan. No puedo más, voy a acabar pronto con este sufrimiento que nos ata a los dos, voy a acabar pronto con todo esto.
-Venga, no digas tonterías, ¿qué vas a hacer?
-¿Que qué voy a hacer? Voy a romper el único lazo que nos une. Así tu podrás ser libre y estar con quien quieras y yo no tendré que sufrir o preocuparme por nada. 
-¿Qué? ¿Ser libre? ¿Cómo que ser libre?
-Sí, que te dejo, que lo nuestro se acabó. Vete con chicos que puedan quererte de verdad, y sobretodo, que puedan demostrártelo.
-¿Estás de broma?
-No, no es ninguna broma. Ya no hay nada que nos ate, ya puedes irte, y no hace falta que vuelvas, que yo sabré cuidarme solito.
-Alex, para por favor, para, sabes que no es eso lo que quiero. 
-Me da igual lo que quieras, eres una niña mimada, no siempre vas a tenerlo todo.
-Alex, para, por favor...
-¿Que pare de qué? ¿De decir la verdad? No se de que te quejas enserio. Madura por favor. 
-¿Qué madure? ¿De qué vas?
-Mira cierra la boca y vete por donde te has venido y ves a llorarle a ese chico tan guapo que te salvó la otra noche. Seguro que él te es más útil que yo.
-Así que es eso, ¿no? ¿Celos? ¿Estás celoso?
-¿Celoso yo? ¿De qué? Si tu y yo ya no somos nada.
-Alex, que él es solo un amigo joder.
-Pues eso, vete con tu "amigo" a que te seque las lagrimitas y te de unos cuantos abracitos. Pero a mi déjame en paz, me aburren tus historias de cría.
-Alex joder, ¿no te das cuenta de que me estas haciendo daño?
-Alicia joder, ¿no te das cuenta de que me das igual?
En aquel instante me desvanecí. Me dejé caer, me perdí, me ahogué entre lágrimas. Él no pudo sostener mi cuerpo, tan solo me vio caer y golpearme fuertemente contra el suelo. Me miró con los ojos muy abiertos. Yo abrí los ojos de golpe recobrando la respiración y la consciencia. Pero para entonces, Alex ya estaba demasiado lejos como para escuchar mis gritos de dolor. O no, pero los ignoró por completo, desapareciendo entre la niebla. Yéndose para no volver, como me acababa de decir. Me eché a llorar, ahora si que estaba sola de verdad.



lunes, 4 de noviembre de 2013

Capítulo VI

Me dejó justo en la puerta de casa. Bajé de la moto y le devolví el casco. Nos quedamos unos segundos mirándonos. Ninguno sabía que decir. Nos echamos a reír. 
-Vendré a verte pronto.
Me dijo sonriente. Yo solo le sonreí y le abracé. Seguidamente caminé hacia la puerta casa. ¿Estaba sonriendo? Hacia demasiado que no sonreía, de verdad que no entendía nada de lo que me estaba pasando. Pero fue simple, bastó con agarrar el pomo de la puerta de casa para aterrizar en la realidad. Para darme cuenta de que aquí todo seguía igual. Las llaves se me cayeron al suelo, me agaché rápidamente para recogerlas. Él todavía estaba allí, sentado en la moto, parada, observando todos mis movimientos con sus perfectos ojos azules. Parecía que quisiera asegurarse de que entraba en casa. Abrí la puerta del jardín, gire la cabeza, una última sonrisa antes del adiós definitivo. Cerré la puerta tras de mi. No me atreví a dar un solo paso más. Mi mundo se volvió a hacer pedazos, se volvió a romper. Todos los recuerdos aparecieron en mi cabeza como puñales que se clavan una y otra vez. Ahora no tenía a nadie para abrazarme. Aunque no se por que me importó tanto, hacía mucho tiempo que estaba sola. No entendía por que esta noche lo había cambiado tanto todo. Parecía que ahora no sabía cuidarme por mi sola o algo y esa sensación no me gustaba nada. Me sequé las lagrimas con el puño, alcé la cabeza y avance por el camino de piedras que cruzaba mi pequeño jardín. Entré en casa, como si no hubiese pasado nada. La cara de susto de mi madre no tenía precio. No saludé, directamente subí a mi habitación. Era raro que ninguno de los dos hubiese venido detrás de mi gritándome o comiéndome la cabeza con cualquiera de sus preguntas estúpidas. Cuando entré en mi cuarto cerré la puerta con pestillo, como siempre. Me cogí un conjunto más abrigado y me di un baño de agua caliente. Me cambié, me arreglé, incluso me maquillé. Hoy me sentía especial, y aunque no había quedado con el chico de los ojos azules, iba a ir a la explanada verde, a verle a él, al chico que me había dejado allí tirada la noche anterior y que ni siquiera se había molestado en preguntar por mi, en ver si me encontraba bien; teníamos demasiadas cosas de las que hablar...
Se hicieron las nueve de la tarde, no bajé ni a comer ni a cenar. Seguía sin tener demasiada hambre, aunque ya no se si era el hambre o las pocas ganas de tener que aguantar sus constantes preguntas durante la cena lo que me impedía comer. Bajé las escaleras con la cabeza bien alta y entré a la cocina a por un vaso de agua. 
-¿Has quedado con alguien?
Me preguntó mi padre bastante animado al verme tan arreglada.
-¿Con quién va a quedar? Si no habla con nadie, como va a tener amig...
A mitad frase mi madre se calló, se dio cuenta de que estaba hablando muy alto y de que la había oído. Apreté el vaso de cristal con fuerza hasta hacerlo reventar. El suelo se lleno de pequeños cristales y profundas gotas de sangre. Salí corriendo de allí, corrí calle abajo hasta alejarme lo suficiente de mi casa como para no oír los gritos entre mis padres. Me miré en el reflejo de un charco. Me sentía ridícula. Me quité el maquillaje con las manos, casi parecía que me lo estaba arrancando con los puños de tanto frotar. El pelo se me había ondulado con la humedad, estaba horrible. Corrí hasta la explanada, esperando que él estuviera allí, esperando que el recuerdo que todavía me quedaba de él volviera de nuevo para aclarar por qué se había ido, por qué me había dejado tirada... Pero cuando llegué, él no estaba.






Capítulo V

-Es hora de que te lleve a casa.
Me dijo sonriente y calmado. Llevábamos horas hablando, hablamos de tantas cosas... Hacía tanto tiempo que nadie se molestaba en escucharme o en entenderme. Se puso de pie. Llevamos las tazas vacías a la cocina, cogimos los cascos y salimos a fuera. Ya era de día.
-¿Qué hora es?
Le pregunté algo extrañada. Él saco el móvil para mirarlo.
-Las 14:00.
Dijo algo extrañado. 
-Joder que rápido se me ha pasado la noche.
Dije entre risas.
-Y ami.
Dijo sonriendo.
-Pf si es que ya es la hora de comer.
Dije con voz cansada y esperando algo como "¿Te quieres quedar a comer?", pero parece que he perdido un poco de practica en eso de las indirectas.
-Tus padres deben de estar muy preocupados.
Me dijo cambiando de tema. Eso me enfadó.
-Ya están acostumbrados.
Le dije muy seria.
-Lo siento, se me había olvidado que eres una rebelde que nunca duerme en casa.
Me golpeó el hombro en plan "colega", eso me causó inseguridad, demasiada inseguridad. No se si estaba preparada para entender la broma que intentaba gastarme o si simplemente lo decía por rellenar el silencio. Después de una noche tan perfecta... ¿Qué le estaba pasando?
-Venga vámonos, me muero de hambre, será mejor que me dejes en casa ya.
Le dije para intentar demostrar indiferencia. Le di la espalda y fui caminando hacia la moto.
-Eh, venga, no te habrás enfadado, ¿no?
Me abrazó lentamente por detrás. Sus manos rozaron mis caderas y me sujetaron para que no siguiera caminando. Me sonrojé casi instantáneamente. 
-Lo siento.
Me susurró al oído muy muy bajito.
-Es que ha sido verte reír y te prometo que no se que me ha pasado, me he vuelto tonto de repente o algo, de verdad que perdón, no se porque te he dicho eso, enserio, ahora me siento imbécil...
Me siguió diciendo entre susurros. Poco a poco fui girando, hasta tener su cara justo enfrente de la mía. Me miro a los ojos fijamente.
-Tienes unos ojos preciosos.
Me dijo. Yo, por supuesto, sonreír como una tonta. Un chico con unos ojazos azules diciéndome que mis ojos son bonitos, "increíble", pensé.
-Gracias.
Me atreví a decir tontamente. De repente vi como su cara poco a poco se acercaba a la mía. ¿Iba a besarme? Me asusté, no estaba preparada para aquello. De repente noté sus labios en mi mejilla.
-Gracias por esta gran noche, pero es hora de irnos.
Me dijo, me soltó y subió a la moto. Yo fui detrás suya como una bala, pero todavía seguía en shock. Arrancó el motor y nos fuimos de allí. Durante el camino no podía parar de pensar en ese beso, insignificante para él pero demasiado para mi. Hacía demasiado tiempo que nadie me besaba. Que vale, que sí, que tan solo fue un beso en la mejilla, pero eso no era lo que me preocupaba. Lo que me preocupaba era la necesidad que había sentido al notar sus labios acercándose a mi. La necesitad de que ese beso se hubiera perdido entre mis labios y no en mi mejilla. ¿Qué me estaba pasando?



lunes, 21 de octubre de 2013

Capítulo IV

-¿Alguna vez has sentido como tu mundo de golpe se hace pedazos? ¿Alguna vez has sentido que no tienes a nadie? ¿Qué estas solo? Porque yo si. Desde aquel día, no he vuelto a hablar con nadie, no he vuelto a pensar en nada, en nadie. Desde aquel accidente mi vida ya no tiene sentido. Nunca llegaré a entender por qué sucedió. Desde ese segundo exacto en el que todo se desmoronó, ya nada es igual. ¿Para que sonreír si no tienes un motivo? ¿Para que reír, para que soñar, para que vivir, si sabes que todo antes o después se acabará? Es increíble como una llamada puede cambiar tanto la vida de alguien. Es increíble como en dos segundos todo se puede ir a pique. Una vida llena de esperanza, de luz, de sueños por cumplir, convertida en una vida oscura y llena de soledad. Hace meses que no soy yo. Él me dice que lo olvide todo, que siga mi vida, que sea feliz. Pero no puedo, no puedo salir a la calle sin desmoronarme, no puedo ir a clase porque me echo a llorar, no puedo dar dos pasos sin caerme. No puedo seguir. Muchas noches no duermo en casa, me tumbo en algún banco del parque y me paso toda la noche mirando las estrellas y recordando aquellos días en los que todo solía ir bien. Mi familia está preocupada, me llevaron a un psicólogo para que me ayudara, yo me negué a ir. Ellos insistieron y acabaron obligándome a ir. Me dejaban en la puerta y cuando veía que se iban me escapaba y no volvía hasta tres días después. Creo que aprendieron la lección. No consiento que nadie me diga lo que tengo que hacer. No he hablado con nadie en mucho tiempo. Desde aquel día, nunca me he atrevido a pronunciar en alto nada de lo que pasó, nada de lo que sentí. He aprendido a vivir en silencio, a no compartir con nadie nada de lo que siento. Soy fría, la gente no se acerca a mi, suelo ser bastante borde o a veces incluso ni respondo cuando me hablan. La gente piensa que me he vuelto loca desde lo que pasó aquella noche, y, a veces, yo también lo pienso. Todos los días voy al parque, me tumbo en la gran explanada y respiro hondo, siempre suelo acabar llorando de nuevo, o pensando en todas esas cosas que me hubiese gustado hacer y no pude. Le perdí, aunque no del todo. Porque de algún modo, sigue conmigo. No puedo olvidar algo tan importante, no puedo olvidar a alguien que un día lo significó todo para mi. Las cosas no funcionan así. No puedo recuperar mi vida, si me falta un pedazo de ella...
En ese momento noté como una lágrima empezaba a caer por mi cara. Nunca había hablado de esto con nadie, y aunque no se lo había contado todo, ya sabía demasiado.
-Eh, venga, no llores, no soporto verte así.
Me alzó la cabeza y me abrazó. Hacía meses que nadie me abrazaba, hacía meses que no sentía la piel de otra persona junto a la mía. Fue una sensación extraña, ya no recordaba ni cuanto solía durar un abrazo, así que esperé a que me soltara él. Se apartó suavemente de mi y me miro fijamente a los ojos. Sus profundos ojos azules me dijeron mucho más de lo que nadie había conseguido decirme en mucho tiempo. Su mirada me transmitió una confianza casi instantánea. Me daba la sensación de que lo conocía desde hace mucho tiempo. Me entraron ganas de contárselo todo. De contarle los detalles, de decirle todo por lo que estaba pasando, pero todavía era pronto, por una vez alguien había conseguido hacerme sentir viva otra vez. Y no iba a cagarla, no iba a fastidiarlo todo. Preferí callarme, sabía que si se lo contaba todo iba a perderle, y no se por qué, pero ahora no podía permitirme eso. Le miré tan fijamente que pude notar hasta lo que intentaba decirme y no sabía como hacerlo. Le abracé con fuerza.
-Gracias.
Le susurré.
-¿Gracias por qué?
Me preguntó susurrando.
-Gracias por escucharme.
Le abracé con más fuerza todavía.


viernes, 13 de septiembre de 2013

Capítulo III


-Siento ser yo quien te despierte, supongo que estarías esperando a tu príncipe azul pero parece que se ha retrasado un poco...
Mi mirada seguía atónita. Mi cara ahora mismo debía ser un cuadro. 
-¿Que haces aquí tirada sin chaqueta y sin nada? Anda toma la mía, debes de estar helada.
El chicos de los ojos azules seguía hablándome mientras me colocaba su chaqueta sobre los hombros. 
-Gracias.
Conseguí decir al final con una voz entre cortada. 
-Venga ponte de pie, te acercaré a casa.
Me dijo amablemente mientras agarraba mi mano con fuerza y me levantaba del suelo. 
-¡No!
Espeté con fuerza.
-¿Como?
Me pregunto asombrado.
-Que no puedo volver a mi casa.
Le dije cabizbaja.
-Bueno, vamos a hacer una cosa. Vente a mi casa y nos tomamos una taza de chocolate caliente mientras me explicas que hacías aquí tirada a las 6 de la madrugada y por que no puedes volver a tu casa, ¿vale?
Me dijo con una voz relajada. Levanté la cabeza posando mi mirada sobre la suya y asentí. El me sonrió y me ofreció su brazo para agarrarme.
-Cógete a mi, no vaya a ser que te caigas. 
Me dijo más sonriente aún. Salimos caminando de aquella explanada hasta llegar a la carretera donde tenía aparcada una moto. Me ofreció un casco, el se puso el suyo y subió. Una vez arrancada la moto me dijo entre risas:
-¿Puedes subir o te ayudo?
Le miré sonrojada, nunca había subido en una moto de esas. Y tras un rato observando como subir, pegué un salto y me senté.
-Agárrate a mi cintura, no vaya a ser que te vueles.
Me dijo mientras me guiñaba el ojo. Un escalofrío recorrió mi espalda. ¿Por qué? No lo entendía. Arrancó la moto y aceleró con fuerza alejándonos de aquel lugar. Giré la cabeza para ver si él estaba allí. Para ver si tan solo se había molestado en preocuparse por mi, en ver si yo estaba bien. Pero no le vi. ¿Donde estaba? ¿Por qué me había dejado sola en aquel lugar tan extraño que ya casi ni recordaba? Aunque... ¿que más daban ahora todas esas preguntas? Estaba en una moto, abrazada al chico que hacía 10 minutos me había salvado de congelarme, el chico cuyos ojos habían conseguido hacerme sentir cosas que hacía tiempo que no sentía. La velocidad empezó a aumentar. Eché la vista hacia delante y lo abracé con fuerza.
-Gracias.
Le susurré al viento que azotaba mi cara. Mientras con una mano conducía, posó la otra sobre mi rodilla y la apretó con fuerza. La verdad es que aquel gesto me tranquilizó bastante, aunque no se bien porque. Soltó mi rodilla con suavidad, agarró la moto y aceleró más. Cerré los ojos, solo pensaba en alejarme de aquel sitio, de aquella explanada, de lo recuerdos, de los problemas, de él, de todo...

Capítulo II

Cuando fui a levantarme noté como mis piernas empezaron a temblar, no podía casi ni mantenerme en pie. Intenté dar un paso al frente, pero caí. Mis rodillas golpearon fuerte contra el suelo, pude escuchar el crujido que soltaron al golpearlo. Me hundí en la húmeda hierba. Apreté las manos con fuerza, dirigiendo un fuerte golpe hacia el suelo. Un pie, una mano, el otro pie... Intenté levantarme una vez más y cuando por fin parecía que ya estaba de pie y estable, tropecé. Tropecé con el deseo de desaparecer, tropecé con su recuerdo, tropecé con el triste hecho de que no tenía a donde ir, no podía ir a mi casa a las 6 de la madrugada, demasiadas preguntas. Mire al suelo y me eché a llorar. Esta vez me dejé caer. Aflojé las piernas y me dejé caer. Mi cuerpo, ahora inerte, surco los aires durante unos breves segundos antes de golpear fuertemente contra el suelo. Me quedé allí tirada, temblando. Todo empezó a volverse borroso, cerré los ojos, solo quería desaparecer. Pero de repente noté algo extraño. Cuando abrí los ojos ya no estaba en el suelo tirada, ya no estaba allí perdida. No se que era ese lugar pero me gustaba. Ya no tenía frío. Debía ser un sueño pero me daba igual. De repente escuché su voz:
-¿Qué haces tu aquí?
Era él.
-¿Dónde se supone que estoy?
Le pregunte algo molesta por su reacción.
-Se supone que tu no puedes estar aquí, se supone que aquí solo pueden estar las personas que están en...
La expresión de su cara cambió completamente. Su mueca de terror consiguió ponerme los pelos de punta. No terminó ni la frase simplemente desapareció. No recuerdo bien lo que pasó después. Los recuerdos están borrosos. Pero si que se a donde fue él. Él fue en mi busca y siempre que él me busca, me encuentra. Y así fue, y tanto que me encontró. Tirada en el suelo de aquella explanada, mojada y a punto de congelarme. Empezó a gritar mi nombre con fuerza, intentaba que me despertara pero yo apenas lo escuchaba. Para mi era como un dulce susurro que se perdía. Él gritaba y gritaba, pero para mi no era más que un eco que no iba a ninguna parte. Las palabras empezaron a perder sentido. Mi vista empezó a nublarse. De repente algo tambaleó mi cuerpo con fuerza. Un pequeño rayo de esperanza rozó mi corazón haciéndome abrir los ojos. Dirigí mi mirada hacia, hacia... ¿dónde estaba él?

domingo, 1 de septiembre de 2013

Capítulo I

Su pregunta fue clara:
-¿Estás bien?
Mi respuesta parece que le asustó:
-No.
Aparté la cara, no podía seguir mirándole a los ojos, no podía dejar que sus bonitos ojos marrones vieran como mis ojos se encharcaban. Su mano agarró mi barbilla, girándome suavemente hacia él. Mi mirada seguía clavada en el suelo. Él me alzó la cara despacito, y con suavidad intentó secarme las lágrimas con sus pulgares. Yo le sonreí, aunque más bien lo que hice fue fingir una sonrisa. Él se quedó observando paralizado mi sonrisa y dijo:
-Tienes una sonrisa demasiado bonita, que pena que la escondas tanto. 
Le miré extrañada y dejé de sonreír algo decepcionada. Entonces sus pulgares volvieron a intentar dibujar una sonrisa en mi rostro. Se me quedó mirando fijamente y soltó una pequeña carcajada.
-Que perfecta eres cuando sonríes, pero cuando sonríes de verdad, no cuando finges esa falsa sonrisa que demuestra que por dentro estás rota.
Después de pronunciar esas palabras con dureza y dolor, me soltó la cara, apartó la mirada y se calló. No me gusta el silencio, así que le miré asustada pero no parecía importarle, me ignoró por completo, ignoró mis lágrimas, ignoró mis suspiros. Él tan solo se tumbo en la verde explanada y esperó a que empezara a amanecer. Yo no me atreví a tumbarme a su lado, me limité a quedarme sentada junto a él. De vez en cuando lo miraba de reojo, yo no se si el se molestó en mirarme a mi, solo se que yo no podía parar de mirarle. De repente empecé a temblar, tenía muchísimo frío y recuerdo que pude notar como algo caía suavemente sobre mi espalda, me giré para ver que era. Un poco sorprendida le miré:
-Gracias por la chaqueta, tenía frío.

No me respondió. 
-Quería preguntarte algo...
Mi voz temblorosa pareció llamar su atención.
-Dime.
Me contestó con fuerza.
-Aquel siempre que me prometiste... ¿lo sentías de verdad? Es decir... 
No me dejó acabar la frase, me cortó de golpe.
-¿Que si te quería de verdad? Pues si, desde el primer momento que te vi, desde el segundo cero, todo lo que sentí por ti fue real, fue sincero. Sabía perfectamente que siempre iba a estar a tu lado. Y aquí me tienes, viéndote llorar y sin poder hacer nada, tú no sabes lo difícil que es esto para mi. 
Otra lágrima cayó por mi mejilla.
-Pero...
Volvió a interrumpirme.
-Por favor, deja de llorar, no puedo verte así y menos sabiendo que esas lágrimas son por mi.
Me sobresaltó eso último que dijo, y con fuerza le contesté.
-No puedo dejar de llorar sabiendo que no puedo tenerte, sabiendo que no puedo besarte, ni abrazarte... Intento conformarme con escuchar tu voz o con verte sonreír, pero es que cada vez que sonríes... Es que es imposible no querer besarte cada vez que sonríes. Y no puedo, no puedo casi ni tocarte... Tenerte al lado es como tenerte a mil kilómetro. Verte es echarte de menos. Es difícil, por lo tanto no me pidas que no llore, porque pedirme que no llore es pedirme que no te eche de menos y no echarte de menos es olvidarte. Y eso nunca, nunca, ¿entiendes?.
Vale eso último se lo dije gritando, pero... ¿y que?. No podía más. Él solo se limitó a mirarme, entre asustado y confuso, cabizbajo. Tambaleó la cabeza de lado a lado y desapareció como siempre. Y allí estaba yo sola en mitad de la noche, muerta de frío, temblando. Decidí levantarme y regresar a casa, no podía más con esta situación.